Día del Campesino Peruano
Día del Campesino, el Inti Raymi y la Fiesta de San Juan
Estudiantes del 2 "B" preparando y degustando los ricos Juanes.
6B
Día del Campesino; la fecha central de la Fiesta de San Juan, la festividad más importante de la Amazonía peruana, y la ceremonia del Inti Raymi en Cusco.
El Día del Campesino reemplazó al Día del Indio, que se conmemoraba desde el 24 de junio de 1930, año en que fue instaurado por el mandatario Augusto B. Leguía, habiéndose escogido esta fecha porque se celebraban los concursos nacionales de música y bailes de Amancaes, lugar al cual el gobernante solía asistir.
El 24 de junio de 1969, cuando el presidente Juan Velasco Alvarado promulgó la Ley de Reforma Agraria cambió, también, la denominación del Día del Indio por el Día del Campesino.
Según la tradición amazónica, cada 24 de junio las aguas de las playas, ríos y lagunas de los departamentos de la selva amanecen purificadas o benditas, gracias al sacrificio del apóstol San Juan.
Durante esta celebración el potaje típico que saborean la población y los turistas es el famoso juane: un delicioso plato, hecho a base de arroz, gallina, huevos, aceitunas y condimentos, envueltos en hojas de bijao.
Las ciudades de Iquitos, Pucallpa, Tarapoto, Rioja, Moyobamba, Tingo María, Puerto Maldonado y otras, ubicadas a lo largo de nuestra Amazonía, conmemoran a lo grande dicha festividad.
Este miércoles también se celebra el Inti Raymi, que se recrea, como cada 24 de junio, en la fortaleza de Sacsayhuamán.
La fiesta (en honor del dios Sol) cuenta esta vez con la participación de más de 1,500 personas, entre actores, bailarines y músicos.
El Inti Raymi es una ceremonia en la que el Inca, los sacerdotes y el pueblo rinden homenaje al Sol en agradecimiento por las abundantes cosechas, y para que la tierra vuelva a fecundar y continúe brindándoles bienestar a los hijos del Tahuantinsuyo.
De aquel rincón bañado por los fulgores
del sol que nuestro cielo triunfante llena;
de la florida tierra donde entre flores
se deslizó mi infancia dulce y serena.
Envuelto en los recuerdos de mi pasado,
borroso cual lo lejos del horizonte,
guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado,
del sembrador más raro que hubo en el monte.
Aún no se si era sabio, loco o prudente
aquel hombre que humilde traje vestía;
sólo sé que al mirarle toda la gente
con profundo respeto se descubría.
Y es que acaso su gesto severo y noble
a todos asombraba por lo arrogante:
¡hasta los leñadores mirando al roble
sienten las majestades de lo gigante!
Una tarde de otoño subí a la sierra
y al sembrador, sembrando, miré risueño;
¡desde que existen hombres sobre la tierra
nunca se ha trabajado con tanto empeño!
Quise saber, curioso, lo que el demente
sembraba en la montaña sola y bravía;
el infeliz oyóme benignamente
y me dijo con honda melancolía:
—Siembro robles y pinos y sicomoros;
quiero llenar de frondas esta ladera,
quiero que otros disfruten de los tesoros
que darán estas plantas cuando yo muera.
—¿Por qué tantos afanes en la jornada
sin buscar recompensa?— dije. Y el loco
murmuró, con las manos sobre la azada:
—«Acaso tú imagines que me equivoco;
acaso, por ser niño, te asombre mucho
el soberano impulso que mi alma enciende;
por los que no trabajan, trabajo y lucho;
si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende!
»Hoy es el egoísmo torpe maestro
a quien rendimos culto de varios modos:
si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro.
¡Nunca al cielo pedimos pan para todos!
En la propia miseria los ojos fijos,
buscamos las riquezas que nos convienen
y todo lo arrostramos por nuestros hijos.
¿Es que los demás padres hijos no tienen?
Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre
y, en las guerras brutales con sed de robo,
hay siempre un fratricida dentro del hombre,
y el hombre para el hombre siempre es un lobo.
»Por eso cuando al mundo, triste, contemplo,
yo me afano y me impongo ruda tarea
y sé que vale mucho mi pobre ejemplo
aunque pobre y humilde parezca y sea.
¡Hay que luchar por todos los que no luchan!
¡Hay que pedir por todos los que no imploran!
¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan!
¡Hay que llorar por todos los que no lloran!
Hay que ser cual abejas que en la colmena
fabrican para todos dulces panales.
Hay que ser como el agua que va serena
brindando al mundo entero frescos raudales.
Hay que imitar al viento, que siembra flores
lo mismo en la montaña que en la llanura,
y hay que vivir la vida sembrando amores,
con la vista y el alma siempre en la altura».
Dijo el loco, y con noble melancolía
por las breñas del monte siguió trepando,
y al perderse en las sombras, aún repetía:
—«¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!...»
Autor:Marcos Rafael Blanco Belmonte