viernes, 7 de junio de 2019

FESTEJANDO A SAN ANTONIO DE PADUA

El 13 de junio se celebra el día de San Antonio de Padua, nuestro "Patrono Institucional" de la Institución Educativa 41026 " Maria Murillo de Bernal"

NUESTRO PATRONO INSTITUCIONAL
IE 41026 "MARIA MURILLO DE BERNAL"





San Antonio de Padua
(Lisboa, hacia 1195 - Arcella, junto a Padua, 1231) Santo franciscano de origen portugués, sacerdote y doctor de la Iglesia. Su nombre de nacimiento era Fernando Martins; era hijo primogénito de Martín de Alfonso, caballero portugués descendiente de nobles franceses (los Bouillon), y de María Taveira.
 Estudió en la escuela catedralicia, donde un tío suyo era maestrescuela; más tarde, en torno a 1210, ingresó en el monasterio de canónigos regulares de San Agustín de San Vicente de Fora, cerca de Lisboa. Allí tuvo como maestros al propio prior, Pedro, y a un hombre de amplios conocimientos como Petrus Petri. Pero su familia y amigos no aceptaron su vocación y trataron de hacerle abandonar.
Para evitar estas presiones renunció a la herencia familiar y se trasladó en 1212 al monasterio de Santa Cruz de Coimbra, importante centro de enseñanza religiosa que contaba con una gran biblioteca. En este otro lugar recibió la influencia de la escuela teológica de San Víctor (París) a través de profesores que habían estudiado allí. Tampoco en Coimbra encontró tranquilidad, pues el monasterio se vio afectado por el enfrentamiento entre el rey Alfonso II de Portugal y el papa Inocencio III: su propio prior, Juan, fue excomulgado por apoyar al monarca portugués.
Hacia 1219, fecha en que probablemente era ya sacerdote, conoció a la pequeña comunidad franciscana de Coimbra, establecida poco antes en el eremitorio de Olivais, y se sintió atraído por su modo de vida fraterna, evangélica y en pobreza. Cuando poco después llegaron a su monasterio restos de los primeros mártires franciscanos, muertos en Marrakech, decidió ingresar en la nueva orden, que a causa de su reciente creación aún estaba poco extendida y carecía del prestigio que alcanzaría más adelante. Fray Juan Parenti, provincial de España, presidió la sencilla ceremonia de toma de hábito franciscano (verano de 1220), en la que cambió el nombre de Fernando por el de Antonio (el eremitorio de Olivais estaba dedicado a San Antonio Abad), símbolo de su cambio de vida.
Tras un breve noviciado, e impulsado por el ejemplo de los mártires franciscanos, parece que en otoño de ese mismo año embarcó hacia Marruecos junto con otro hermano de orden, fray Felipe de Castilla, para alcanzar él mismo el martirio. Sin embargo, al poco de desembarcar contrajo la malaria, enfermedad que le dejaría secuelas para toda la vida; convaleciente todo el invierno, se vio obligado a abandonar el país.
 Su intención era ahora llegar a las costas españolas y desde ellas volver por tierra a Portugal, pero una tempestad llevó el barco en que viajaba hasta Sicilia. Permaneció algún tiempo en Milazzo (costa noreste de la isla), donde había una comunidad franciscana, para completar su recuperación. En junio de 1221 asistió al capítulo de su orden en Asís ("capítulo de las Esteras", que convocó a tres mil franciscanos); allí conoció a San Francisco de Asís y decidió no regresar a Coimbra para ponerse al servicio de fray Gracián, provincial de la Romaña (circunscripción franciscana que abarcaba todo el norte de Italia).
Fray Gracián lo envió durante un año al eremitorio de Montepaolo (cerca de Forli) para que se fortaleciese antes de encomendarle alguna misión de apostolado. A mediados de 1222, ya con buena salud, San Antonio de Padua predicó en la catedral de Forli (sin haber preparado previamente sus palabras, pero con gran profundidad) con ocasión de unas ordenaciones de franciscanos y dominicos.
Su provincial le nombró predicador y le encargó ejercer su ministerio por todo el norte de Italia, donde se extendía por muchos lugares el catarismo. Recorrió así, enseñando, numerosos lugares. Su labor catequética en Rímini en 1223, por ejemplo, fue difícil, pero sus exhortaciones y discusiones públicas acabaron teniendo éxito, logrando convertir entre otros a Bononillo, obispo cátaro. A finales de este año o principios de 1224 estuvo también en Bolonia, enseñando teología a otros frailes franciscanos en el convento de Santa María de la Pugliola; fue el primer maestro de la orden, recibiendo para ello el permiso de San Francisco, que le escribió una carta llamándole "mi obispo".
Hacia 1224 o 1225, sus superiores lo trasladaron al sur de Francia, donde los albigenses tenían más fuerza que en Italia. Su método para combatir la herejía consistió en llevar una vida ejemplar, en charlas con los no creyentes y en catequesis para fortalecer la fe de los cristianos. Prosiguió su enseñanza teológica en Montpellier (donde se formaban los franciscanos y dominicos que iban a predicar en la región) y Tolosa (ciudad con fuerte presencia albigense), además de ser guardián del convento de Le Puy-en-Velay (al oeste de Valence y Lyon) y, desde el capítulo de Arlés de 1225, custodio de Limoges. Como tal estableció la residencia de los franciscanos de la ciudad en una antigua ermita benedictina y fundó un convento cerca de Brieve.
 A finales de 1225 participó en el sínodo de Bourges, que examinó la situación de la región. San Antonio de Padua señaló a los prelados la necesidad de vivir sencillamente para dar ejemplo; el obispo de Bourges, Simón de Sully, respondió a sus palabras y aplicó en lo sucesivo la reforma de costumbres, ayudándose de franciscanos y dominicos para la evangelización de su diócesis.
La muerte de San Francisco el 3 de octubre de 1226 le obligó a viajar a Asís, como custodio de Limoges, para asistir al capítulo general que debía elegir nuevo ministro general; éste tuvo lugar el 30 de mayo de 1227, siendo elegido fray Juan Parenti. Buen conocedor de la valía de Antonio, le nombró provincial de Romaña. Muy querido por sus frailes, San Antonio de Padua recorrió los lugares de su provincia donde había conventos franciscanos; uno de ellos fue Vercelli, donde predicó en la catedral con gran impacto y conoció al teólogo y canónigo regular Tomás Galo.
También por entonces debió estar durante estancias largas en Padua, donde fundó una escuela de franciscanos y comenzó a escribir una serie de sermones. Fruto de su labor fue el aumento de las misiones de predicación y la fundación de numerosos conventos. En el capítulo general de 1230, reunido con ocasión del traslado de los restos de San Francisco a su basílica de Asís, pidió a Parenti que le retirase el cargo, a causa de su mala salud.
El general aceptó su renuncia a cambio de formar parte de una comisión que debía presentar al papa Gregorio IX varias cuestiones sobre la regla franciscana que el pontífice debía estudiar y aprobar. Ante él y la curia romana predicó por entonces Antonio, siendo escuchado con entusiasmo: el papa lo llamó "Arca del Testamento". Es posible que colaborase en la redacción de la bula Quo elongati, respuesta a los problemas planteados por la orden al pontífice.
Después marchó al que sería su último destino, Padua, en la que se entregó con tal ardor que en lo sucesivo a su nombre quedaría asociado el de la ciudad: Antonio de Padua. Se instaló primero en la capilla de la Arcella, junto al convento de clarisas, pero solía predicar en el convento franciscano de Santa María, extramuros de la ciudad.
San Antonio de Padua escribió, por petición del cardenal Rinaldo Conti (el futuro Alejandro IV), una serie de sermones según las fiestas del año litúrgico y predicó hasta el agotamiento la Cuaresma de 1231; a sus sermones diarios asistió gran parte de la ciudad y consiguió del Consejo Mayor de la ciudad la liberación de los deudores presos por no tener medios con qué pagar sus deudas (origen del "Estatuto de San Antonio"). Poco después, el podestá Esteban Badoer le rogó que solicitase al poderoso Ezzelino IV da Romano la liberación de varios nobles paduanos que tenia prisioneros; de este modo, viajó a Verona y se entrevistó con Ezzelino, aparentemente sin éxito, si bien unos meses después de la muerte de Antonio acabaría por ceder.
En mayo, habiendo empeorado su salud por el viaje, se retiró al cercano lugar de Camposampiero para descansar y terminar de escribir los Sermones. Pero la gente tuvo conocimiento del lugar en que estaba y acudió en masa a oírle y pedirle consejo. El viernes 13 de junio sufrió un colapso y, ante el próximo fin, pidió que le trasladasen a Padua. Así se hizo, aunque para evitar las multitudes se detuvieron en la Arcella, donde murió Antonio esa misma tarde tras recibir la extremaunción y recitar los salmos penitenciales. No tenía aún cuarenta años, y había ejercido su intensa predicación poco más de diez.
Orador sagrado, fundador de hermandades y de cofradías, teólogo y hombre de gobierno, San Antonio de Padua dejó varios tratados de mística y de ascética; todos sus sermones fueron publicados. Un año después de su muerte fue canonizado, y su culto, muy popular, se generalizó a partir del siglo XV. Su representación más valiosa se debe a Goya, quien lo plasmó en los frescos de la Ermita de San Antonio de la Florida. Fue proclamado doctor de la Iglesia en el año 1946 por el papa Pio XII; su fiesta se celebra el 13 de junio.

Los milagros de San Antonio de Padua: El santo que sostuvo entre sus brazos a Jesús
Este santo de origen portugués unió una vez un pie amputado y en otra ocasión predicó a miles de peces que fueron a escucharlo a orillas del mar.
“Era poderoso en obras y en palabras. Su cuerpo habitaba esta tierra, pero su alma vivía en el cielo”, dice un biógrafo sobre San Antonio de Padua, quien nació en Lisboa en 1195, bajo el nombre de Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo, nombre que cambió por el de Antonio en 1220 cuando entró en la Orden Franciscana. Su formación cultural era elevada, pues aparte de haber realizado estudios teológicos (estudió las Sagradas Escrituras y la teología de algunos doctores de la Iglesia católica) también estudió los clásicos latinos, como Ovidio y Séneca, lo que sin duda influiría en su soberbia capacidad de prédica, que sería calificada de proverbial.
San Antonio había ingresado a los Frailes Menores para predicar entre los sarracenos y estaba dispuesto a morir por amor a Cristo. Se fue a Marruecos, pero una severa enfermedad –hidropesía- lo obligó a retornar a Europa. Desde entonces la salud precaria sería una constante en su corta vida.
En la fiesta de Pentecostés de 1221 Antonio participó junto con unos 3000 frailes del Capítulo general de Asís en el más multitudinario de los llamados Capítulos de las esteras, nombre que recibió en razón de que muchos de los frailes ahí reunidos tuvieron que dormir en esteras. Allí vio y escuchó en persona a San Francisco. Aquella reunión impresionó hondamente al joven fraile portugués y tras la clausura, los hermanos regresaron a los puestos que se les habían señalado, y Antonio fue a hacerse cargo de la solitaria ermita de San Paolo, cerca de Forli.
Por aquel entonces el joven Antonio era un anónimo sacerdote entregado a la oración en la capilla o en la cueva donde vivía, ocupado sobre todo en la limpieza de los platos y cacharros después del almuerzo comunal, y pocos sospechaban de los extraordinarios dones intelectuales y espirituales de este joven y enfermizo fraile que nunca hablaba de sí mismo.
Sin embargo, las notables luces de su intelecto pronto saldrían a la luz. En una ocasión en que se celebró una ordenación en Forli y no habían oradores entre los candidatos franciscanos y dominicos que se habían reunido en el convento de los Frailes Menores de aquella ciudad, fue invitado a a hablar y que dijese lo que el Espíritu Santo le inspirara. El joven obedeció y, desde que abrió la boca hasta que terminó su improvisado discurso, todos los presentes quedaron extasiados con la elocuencia, el fervor y la sabiduría de sus palabras. En cuanto el ministro provincial tuvo noticias sobre los talentos oratorios desplegados por el joven fraile portugués, lo mandó llamar a su solitaria ermita y lo envió a predicar a varias partes de la Romagna, una región que, por entonces, abarcaba toda la Lombardía.

En poco tiempo Antonio pasó del oscuro anonimato a la luz de la fama y obtuvo resonantes éxitos en la conversión de los herejes, que abundaban en el norte de Italia, sobre todo entre los hombres de cierta posición y educación. Por esa época ocurrieron sus primeros milagros. En una ocasión, cuando los herejes de Rímini le impedían al pueblo acudir a sus sermones, San Antonio se fue a la orilla del mar y empezó a proclamar: “Dado que vosotros demostráis ser indignos de la Palabra de Dios, he aquí que me dirijo a los peces, para más abiertamente confundir vuestra incredulidad. Oigan la palabra de Dios, Uds. los pececillos del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren escuchar”. Y los peces afloraron por centenares, ordenados y palpitantes, a escuchar la palabra de exhortación y de alabanza. Aquel milagro fue presenciado por decenas de testigos y, una vez que se conoció, conmovió a toda la ciudad de Rímini, por lo que los herejes tuvieron que ceder.

San Antonio predicando a los peces. San Antonio predicando a los peces.
Antonio era un tenaz defensor de los pobres y no dudaba en enfrentarse, siempre y dondequiera, a sus opresores. En una oportunidad se encontró cara a cara con Ezzelino de Romano, un temido tirano de Verona que había perpetrado una terrible masacre entre sus súbditos. Cuando Antonio vio a Ezzelino le dijo estas acres palabras: “Oh, enemigo de Dios, tirano despiadado, perro rabioso, ¿hasta cuándo seguirás derramando sangre inocente de cristianos? ¡Escucha bien, pende sobre tu cabeza la sentencia del Señor, terrible y durísima!”.

Cuando los lugartenientes de Ezzelino esperaban ansiosos que su jefe los mandara a apresar y asesinar al joven y atrevido fraile franciscano, Ezzelino los desconcertó a todos al ordenar que el religioso fuera alejado de allí sin violencia. Para explicar su proceder, el tirano les explicó: “Compañeros, no os asombréis. Os digo con toda verdad, que he visto emanar del rostro de este padre una especie de fulgor divino, que me ha aterrado a tal punto que, ante una visión tan espantosa, tenía la sensación de precipitar en el infierno”.

San Antonio poseía todas las cualidades del predicador nato: ciencia, elocuencia, un gran poder de persuasión, un ardiente celo por el bien de las almas y una voz sonora y bien timbrada que llegaba muy lejos. El papa Gregorio IX llegó a llamarlo “Arca del Testamento”, (Assidua 10, 2) debido a que sus mensajes y predicaciones, que desafiaban los vicios sociales de su tiempo como la avaricia y la práctica de la usura, tuvieron un notable éxito popular. Aquejado por continuas enfermedades, el religioso perseveraba en la enseñanza y en la escucha de confesiones hasta la puesta del sol, a menudo en ayunas. La multitud de gente que acudía desde las ciudades y pueblos a escuchar las predicaciones diarias y a tocar su sotana, pronto lo obligó a abandonar las iglesias como recintos de prédica para hacerlo al aire libre.
San Antonio, por entonces, declaraba que “el gran peligro del cristiano es predicar y no practicar, creer pero no vivir de acuerdo con lo que se cree”.También recomendaba que “si predicas a Jesús, Él ablanda los corazones duros; si lo invocas, endulzas las tentaciones amargas; si piensas en él, te ilumina el corazón; si lo lees, te sacia la mente”.
Las citas bíblicas en los Sermones dominicales y Sermones festivi —ambas obras de su autoría acreditada— superaron el número de los seis mil, por lo que empezó a ser conocido con el título escolástico y específico de “doctor evangélico”. Sus palabras y obras ante la multitud de personas que acudían a escucharlo fue recogida con el lenguaje propio de la época en Assidua, la primera biografía de Antonio de Padua, escrita por un autor anónimo contemporáneo suyo, quien lo definió de la siguiente forma: “Reconducía a la paz fraterna a los desavenidos, [...] hacía restituir lo sustraído con la usura y la violencia [...]. Liberaba a las prostitutas de su torpe mercado, y disuadía a ladrones que famosos por sus fechorías de meter las manos en las cosas ajenas [...]. No puedo pasar por alto cómo él inducía a confesar los pecados a una multitud tan grande de hombres y mujeres, que no bastaban para oírles ni los religiosos, ni otros sacerdotes, que en no pequeña cantidad lo acompañaban.( Assidua 13, 11-13)






































































































SERENATA A SAN ANTONIO DE PADUA





























































































































































































CEREMONIA AL DIA DE SAN ANTONIO DE PADUA
IE 41026 MARÍA MURILLO DE BERNAL"
 13 DE JUNIO DEL 2019





































































 

 


 





























 


















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